Consulta: 947 51 27 84 Móvil: 665 36 32 97

Pablo Hesse Villar

Psicólogo y Educador social
10 Dic 2013

Historia de un faro

 

(inspirada en el cuento de Mamerto Menapace)

Resumen de la fábula explicando el imagotipo y su metáfora:

“Nuestra empresa, DEYFOS, pretende ser ese faro que orienta a los diferentes barcos (empresas), veleros (familias) y marineros (personas).  Es un instrumento a su servicio que les ayuda a tomar referencia, a ser conscientes de donde están y donde les gustaría llegar, potenciando aquellas capacidades que les permitan decidir su propio rumbo y fortaleciendo toda herramienta que les ayude a llegar a su destino”. 

 

El velero había salido lleno de euforia y de esperanza del puerto de Buenos Aires buscando el Pacífico. Pero al llegar al Sur de Argentina no tuvo más remedio que bordear la tierra para abrirse paso por el Cabo de Hornos. Puso confiado proa al Sur por unos kilómetros, para retomar luego hacia el Oeste.

Pero el cambio de rumbo no se hizo. Tal vez se navegaba con las velas demasiado desplegadas. Tal vez fuera de noche cuando se pasó frente al Cabo. A lo mejor sucedió durante una tormenta. No sé. Lo cierto fue que se continuó al Sur, rumbo al frío, rumbo al polo.

El error se fue haciendo duda a medida que subía a la conciencia. Una vez plenamente instalado en la conciencia, la duda floreció en angustia.

El pobre velero se encontró rodeado por los témpanos, por el frío, las tormentas y un sol lejano que cada vez se alejaba mas del horizonte. Entonces fue cuando se tuvo conciencia de haber equivocado el rumbo. De estar marchando hacia la nada, hacia el vacío del frío y de la muerte. Se le preguntó a la brújula: pero la brújula había enloquecido. Porque en el polo las brújulas enloquecen y la aguja no encuentra el Norte.

Ya no tenía sentido seguir. ¿Para qué? Si cada esfuerzo hacia adelante era un paso hacia la nada fría de la muerte. Algo que envolvía aún más entre los hielos, la oscuridad y las tormentas.

Se quiso preguntar a las estrellas. Pero las estrellas revoloteaban en círculo alrededor de un polo cósmico invisible. En el polo, las estrellas no nacen ni mueren, simplemente giran siempre a la misma distancia del horizonte.

Entonces ¿nada había ni en el barco ni en el cielo, que fuera capaz de devolver el rumbo? Porque el hecho de no saber dónde se estaba, quitaba todo sentido a lo que se tenía. Los grandes puntos de referencia no servían de guía porque cerca de los polos pierden el sentido para la orientación.

Y fue entonces cuando se recibió el mensaje: Tres cortas… una larga… silencio. Tres cortas… una larga… silencio. Tres…

El brillo intermitente despertó la curiosidad de esos hombres hambrientos de señales. No. No podía ser una estrella; porque ese brillo estaba allí, sobre la misma línea horizontal que ellos. Participaba del movimiento de las mismas olas, rodeado por los mismos témpanos y el mismo desamparo del frío y las tormentas. Tenía que ser un signo de presencia humana.

Era un faro. Y continuaba fiel al ritmo de sus intermitencias: tres cortas… una larga… silencio. Tres…

Los marineros aturdidos por el ruido de los vientos y la tormenta hubieran preferido que en lugar de ese silencio, el faro les enviara un mensaje claro que les permitiera ubicarse en ese mar de dudas. Pero el faro en su soledad tenía sólo ese medio para comunicarse y manifestar su identidad: la fidelidad al ritmo de sus intermitencias. Así continuó insistente lanzando sobre la tormenta, las olas y los témpanos, su mensaje de luz en medio del silencio.

¿Cómo utilizar a ese faro como punto de referencia? En el velero había un libro de faros. Y fue allí donde los marineros fueron a identificar el mensaje de ese faro. Gracias a la fidelidad precisa y silenciosa de sus intermitencias los marineros ubicaron la identidad del faro y con ello lograron descifrar su posición.

Entonces cada cosa antes incoherente, cobró sentido para volver a navegar con un rumbo de esperanza: la posición del sol en el horizonte, la hora del reloj, la danza de la brújula, y hasta las mismas estrellas. Los marineros supieron que el velero se había salvado. O mejor, que para ese velero comenzaba la oportunidad de salvarse.

En realidad no había cambiado nada en el entorno. La geografía concreta de su navegación era la misma: Seguían rodeados por los témpanos, el frío, las olas y los vientos. El faro con su mensaje de luz no había cambiado la adversidad en la que se encontraban sino que simplemente los había orientado para virar rumbo a una nueva dirección. Antes, seguir era avanzar hacia la muerte, hacia el frío del polo y de la nada. Ahora, navegar era avanzar hacia la luz, hacia la vida, hacia el encuentro con los demás hombres. Era regresar hacia su pueblo, dejando atrás la geografía del reino de las sombras. Entre los navegantes, lo que desanima no es tener que hacer esfuerzos, sino el que esos esfuerzos sean gestos vacíos de sentido.

Poco a poco fue quedando atrás toda esa geografía polar. Poco a poco las estrellas fueron inclinando sus órbitas buscando el horizonte, y la brújula fue estabilizándose. Y con ello todo volvió a la normalidad, retomando las exigencias del mundo de la navegación. Se siguió navegando con fidelidad a la ruta original, camino hacia el Pacífico.

Y el faro quedó atrás pero su luz se fue con los marineros, porque el mensaje que les había llevado los había orientado y les había salvado la vida, marcándolos para siempre. Cada vez que salieran a navegar recordarían aquella luz que apareció intermitente mientras navegaban entre el frío polar y la tormenta con rumbo desconocido hacia la nada. Aquel faro apagó el temor de los marineros e iluminó el camino, les marcó el rumbo.

El faro había cumplido su misión y seguiría brillando para guiar a otras tripulaciones perdidas…